Organización campesina y las trasformaciones locales-globales: Los Altos y su articulación con el Comercio Justo

Peasant organization and local global transformations: Los Altos case and its linkage with the Fair Trade



Ángeles Tepox-Vivar


Recibido: 19/02/2022 • Aceptado: 12/03/2022

Publicado: 26/03/2022



Resumen

El desarrollo y consolidación del Comercio Justo (CJ) ha articulado diversos territorios y problemáticas en torno a un proyecto ético de precios justos y principios democráticos. En ese devenir histórico, han adquirido un mayor protagonismo las experiencias de las organizaciones no gubernamentales europeas frente a las experiencias de las organizaciones campesinas latinoamericanas. El propósito del presente estudio consiste en destacar la presencia de una tradición de luchas campesinas, particularmente de las organizaciones cafetaleras de México, en la conformación y consolidación del Comercio Justo, a nivel local y global, a través de sus experiencias locales. La recuperación del papel de las organizaciones campesinas se efectuará mediante una breve revisión de sus principales frentes organizativos y programas políticos, particularmente de los cafeticultores. Por un lado, se utiliza el planteamiento de Régimen Alimentario, para analizar la articulación entre principales reivindicaciones políticas de las organizaciones campesinas y las trasformaciones agroalimentarias globales. Y, por otra parte, se recuperan, mediante el método etnográfico, las experiencias de organizaciones cafetaleras de la Región de los Altos en Chiapas para destacar que muchas de estas funcionaban a partir de principios democráticos y habilidades forjadas mucho antes de su incorporación y de la propia formación del CJ.

Palabras clave

Comercio Justo, organizaciones cafetaleras, transformaciones agroalimentarias, Altos de Chiapas.

Abstract

The development and consolidation of Fair Trade (FT) has articulated various territories and problems around an ethical project of fair prices and democratic principles. In this historical development, the experiences of European non-governmental organizations have acquired a greater role than the experiences of Latin American peasant organizations. The

purpose of this study is to highlight the presence of a tradition of peasant struggles, particularly of coffee organizations in Mexico, in the formation and consolidation of Fair Trade, locally and globally, through their local experiences. The recovery of the role of peasant organizations will be carried out through a brief review of their main organizational fronts and political programs, particularly of coffee growers. On the one hand, the Food Regime approach is used to analyze the articulation between the main political demands of peasant organizations and global agri-food transformations. And, on the other hand, through the ethnographic method, the experiences of coffee organizations in the Los Altos Region in Chiapas are recovered to highlight that many of these functioned from democratic principles and skills forged long before their incorporation and the own formation of the CJ.

Keywords

Fair Trade, coffee organizations, agri-food transformations, Los Altos de Chiapas.

Introducción

El movimiento de Comercio Justo, y particularmente la certificación que otorga la Organización Internacional de Comercio Justo (Fairtrade Labelling Organizations Internacional, FLO), se ha consolidado como una de las alternativas más importantes entre las organizaciones cafeticultoras en México, particularmente en Chiapas, para posicionarse de manera más favorable en el mercado global. Los productores organizados y las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) que colaboran en el mercado solidario reivindican un planteamiento político que cuestiona la exclusión y diferenciación social resultante del mercado. Este proyecto se constituye a partir de un modelo alternativo de desarrollo sustentado en la defensa de valores de solidaridad, justicia social, preservación de los patrimonios comunitarios y respeto a la naturaleza (González, Linck, y Moguel, 2003).

Durante los albores del CJ se planteó que la participación, y especialmente el control que despliegan los participantes sobre la organización de la producción y comercialización del café coadyuva a que los productores no estén bajo la coerción practicada por los intermediarios y las transnacionales. De tal suerte que, se define como solidario el café producido por pequeños productores, miembros de organizaciones democráticas, comercializado fuera de los canales tradicionales controlados por las grandes corporaciones de la industria agroalimentaria y reconocido como tal por organismos certificadores (González, Linck, y Moguel, 2003).

Así pues, el CJ es un concepto que comprende un conjunto de principios éticos, sociales y políticos, y cuyo principal campo de acción son los intercambios de productos. Como concepto, ha sido definido por las organizaciones que lo han creado en los años setenta, y codificado en los estatutos y estándares (Auroi, 2006). A la par, el CJ se ha visto cuestionado por las estrategias comerciales y de trazabilidad que han desarrollado; de tal suerte que los criterios morales y éticos se cobrado menos protagonismo frente al éxito comercial.

Por tanto, el problema que se observa es que la evolución del CJ se encuentra en un complejo proceso, en el cual se ha intentado imponer la disciplina del mercado sobre los acuerdos solidarios. El CJ se conformó a partir de las inquietudes de los productores y de los consumidores; sin embargo, el protagonismo de las organizaciones campesinas en la toma de decisiones no ha sido satisfactorio; y, a la par, se asume una visión en la cual se subrayan los aportes del CJ a las organizaciones, pero no necesariamente se recupera lo que las organizaciones han hecho por la consolidación de este canal alternativo.

Precisamente la representatividad política e incidencia en los acuerdos de cómo funciona el Comercio Justo es un problema fundamental para los campesinos, porque a pesar de los avances, existe un posicionamiento desfavorable en las negociaciones y en el establecimiento de las reglas de funcionamiento del CJ, en tanto que ejecutan o intentan satisfacer los requerimientos, pero no necesariamente participan en la definición de estos. De tal suerte que los campesinos a través de la lucha organizada han buscado tener una mayor presencia en FLO; esta búsqueda de representatividad explica la conformación de la Coordinadora Latinoamericana y del Caribe de Pequeños(as) Productores(as) y Trabajadores(as) de Comercio Justo (CLAC); coadyuva a explicar las escisiones que ha tenido FLO, teniendo su ejemplo en la salida de Fair Trade USA (FTUSA) en el 2011, así como también la creación de otros sellos como el Símbolo de Pequeños Productores (SPP).

La propuesta, por tanto, consiste en recuperar y reconocer el papel que tienen y que históricamente han tenido las organizaciones campesinas en la consolidación de Comercio Justo a nivel global a través de la experiencia organizativa local, especialmente del proceso de integración de tres organizaciones de los Altos. Nuestra hipótesis sugiere una parte de la consolidación a nivel global de CJ, fue forjada por los campesinos mexicanos, debido a que la conformación de la relación comercial se desarrolló sobre una base organizativa y sobre experiencias adquiridas a través de las luchas campesinas que se gestaron en México, y que, por ello, las hace cualitativamente diferente y valiosa. En consecuencia: no se puede explicar la consolidación del CJ, a nivel global, sin reconocer los aportes regionales y locales que construyeron previamente con las experiencias de las organizaciones campesinas.

En México existía una serie de organizaciones campesinas que se habían confrontado hacia el gobierno y su política económica y social; y que también serían las organizaciones con las que se vincularían en un contexto en que se impusieron las reformas neoliberales y que incluso, actualmente, son organizaciones críticas de empresas trasnacionales como Nestlé; es decir, tienen una agenda propia mucho más amplía que las propias reivindicaciones del CJ.

Organizaciones heterogéneas de productores y el Comercio Justo

Existen diversos contextos en los que se encuentran los agricultores, así como diferentes motivaciones para buscar la certificación de Comercio Justo. Algunas cooperativas ya existían como resultado de la reforma agraria en diversos territorios; también muchas de las organizaciones derivaron de las iniciativas de desarrollo basadas en la fe o las ONG, y también como respuesta al ajuste estructural o la liberalización del comercio. Estos grupos, ya formados, solicitaron la certificación de Comercio Justo, mientras que otros se organizaron específicamente porque querían la certificación. Para varias organizaciones de estos países, fue relativamente fácil lograr Certificación de Comercio Justo porque el grupo y sus miembros ya estaban organizados y eran democráticos (Linton, 2012).

Particularmente, en el caso de México existía una base organizativa gestada a partir de las movilizaciones de los campesinos que dotaba a las cooperativas cafetaleras de habilidades e incluso funcionaban con principios democráticos de manera previa a los requerimientos que el CJ para participar en este esquema. La experiencia de diversas organizaciones estableció una serie de condiciones, en algunos territorios, para que se concretaran de manera más eficaz las relaciones con los consumidores del norte.

Régimen alimentario: transformaciones locales y globales en territorio chiapaneco

El Neoliberalismo reivindicó el papel del mercado cómo el mecanismo eficiente, por definición, de los recursos de los que dispone la sociedad, negando de manera tácita o abiertamente otras posibles formas de organización, y por supuesto, negando la posibilidad de otra lógica que no fuera la ganancia. Con el discurso de eficiencia se ocultó una dinámica en al que ese “espectro” llamado mercado tenía el poder absoluto de establecer quién era “competitivo” y quién no, a luz ya de varios años; se evidencia que en realidad detrás del mercado ganaban terreno las grandes empresas transnacionales.

Esta misma lógica de la prevalencia de empresas transnacionales se observa en el caso de la producción de alimentos, pero con un matiz mucho más complejo, debido a la connotación que tienen estos en términos políticos y sociales. No solo es que los alimentos sean una mercancía, sino que son también un aspecto clave en la reproducción de los hogares y una forma en la que se manifiesta la cultura de las diversas sociedades que existen. Es decir, los alimentos forman parte de la identidad de las diversas sociedades y, por lo tanto, la lógica del mercado borra esa riqueza al reducirla, únicamente, como un producto que solo debe ser vendido.

La mercantilización de los alimentos transforma así la lógica de producción y comercialización del café, y ha generado complejos procesos de articulación de procesos globales y locales en la región de los Altos en Chiapas, en las cuales, las organizaciones cafeticultoras son auténticas protagonistas. Para analizar esas complejas articulaciones se retoma el método de Régimen Alimentario. El planteamiento de “Régimen alimentario” permite vincular la producción y consumo de alimentos con la acumulación que distingue ampliamente los períodos de transformación capitalista. Para fines prácticos, y teniendo presentes las especificidades y complejidades de este planteamiento teórico, nos enfocaremos en el proceso de “desnacionalización”, durante la década de los 80, en el que los Estados enfrentan procesos de transformación desde dentro, con la reestructuración agroalimentaria a escala global (McMichael, 2015).

El nuevo principio organizacional neoliberal significó la subordinación explícita de los Estados a los mercados y un régimen sustentado en la mercantilización de los alimentos. Por tanto, el régimen alimentario está constituido por relaciones Estado-mercado, lo cual implica subrayar las dimensiones políticas de los mercados; y a la vez exige que se especifique dicha relación en el tiempo y el espacio, tal y como nos proponemos hacer en este texto: “No se trataba simplemente de alimentos, sino más bien, de la política de las relaciones alimentarias” (McMichael, 2015, p. 14).

Es de vital importancia, por tanto, tener como marco de referencia el modo, las condiciones geopolíticas e institucionales mediante las cuales se logra el suministro de alimentos (McMichael y Borras, 2014). Por ello, el planteamiento de régimen alimentario ofrece una perspectiva histórica-comparativa de las relaciones políticas y ecológicas del capitalismo para entender las transformaciones de las organizaciones campesinas. Es decir, se requiere un análisis histórico del devenir de las organizaciones, en general, y particularmente en el caso de áquellas que se incorporaron al CJ, porque sus reivindicaciones están en correspondencia a la evolución misma del capitalismo.

En suma, el desarrollo de la agricultura y las formas que adquiere la organización campesina no se pueden explicar sin tomar como referencia la lógica capitalista. Es decir, los campesinos producen para vender en el mercado global, y se enfrentan a otras formas de organización que responden de igual forma a la acumulación de capital; sin embargo, en ese proceso, los campesinos han construido alternativas a nivel regional, conformando diversos frentes de lucha, como a nivel global, buscando canales alternativos de comercialización para garantizar su existencia y permanencia.

Articulación de las transformaciones globales y nacionales en la actividad cafetalera

El proceso de incursión y consolidación de las organizaciones cafetaleras mexicanas, en los canales alternativos de comercialización, no debe ser concebido como un hecho aislado y meramente coyuntural; sino como la condensación de fuerzas históricas internas presentes en la tradición de los movimientos campesinos que crearon estrategias para enfrentar al mercado global. Si bien, el presente texto no se propone analizar exhaustivamente las raíces históricas de las organizaciones cafetaleras del pasado siglo, resulta vital reconocer que sus reivindicaciones, que aún con las grandes transformaciones contemporáneas, siguen teniendo vigencia dada la desigualdad social presente en el campo mexicano.

Así pues, la modernización agrícola implementada por los gobiernos mexicanos entre 1940 y 1970 se caracterizó por impulsar un desarrollo rural altamente polarizado. Esta tendencia estructural de polarización del campo mexicano, desplegada en décadas previas, confluyó durante los años ochenta con un programa económico mundial caracterizado por la implementación de medidas de estabilización y ajuste estructural, sustentadas en un enérgico cuestionamiento hacia la estrategia de desarrollo del capital. A partir de una visión simplificadora, se señalaba que la crisis económica de América Latina derivaba de las distorsiones en la asignación de recursos, causadas por las políticas proteccionistas y la persistente intervención del Estado en la esfera económica (Moreno-Brid, Pérez y Ruiz, 2004).

En términos macroeconómicos, el ajuste estructural le significó al sector agropecuario, entre otros aspectos, centrarse en la exportación gracias a la existencia de mayores incentivos a la producción de mercancías destinadas al comercio exterior como devaluaciones cambiarias y protección a los sustitutos de importaciones, incluidos precios de garantía y bandas de precios (Ffrench-Davis, 1989). En consecuencia, las medidas macroeconómicas de ajuste, en los hechos, fortalecieron a los grandes capitales comerciales y productivos vinculados a la actividad agrícola; debido a su mayor capacidad económica para posicionarse en el mercado tras la implementación del programa económico.

En términos sociales, la aplicación de la agenda neoliberal implicó una profunda recomposición de las agriculturas nacionales, lo que derivó en la construcción de nuevas reglas del juego y con ello, en el surgimiento de nuevas relaciones de sociabilidad y de nuevos actores sociales. La desreglamentación, lejos de conducir a una regulación competitiva pura, tuvo como principal consecuencia la conformación de nuevas formas de coordinación de los actores y redes que actúan a diferentes escalas. La búsqueda de nuevos modos de inserción en los intercambios comerciales y financieros internacionales instituyeron una búsqueda de nuevas formas de competitividad acompañado de la conformación de redes y mercados estables y complejos (Linck, 1994).

En el caso de México, las drásticas medidas para implementar el neoliberalismo se articularon con un campo nacional que funcionaba bajo la lógica de un programa económico y político que fortaleció y preparó a los grandes capitales ligados a la agricultura nacional a insertarse de forma favorable al mercado global. El programa económico que solo beneficiaba a los grandes actores se logró cristalizar, entre otros aspectos, gracias al control político de las principales organizaciones campesinas oficiales; sin embargo, esta situación no se preservaría en el largo plazo.

A raíz de estas transformaciones estructurales, y como parte del propio desarrollo histórico del capitalismo en México, proliferarían diversas organizaciones campesinas que se vincularon entre sí a nivel regional y nacional, las cuales se caracterizaron por conformar frentes de lucha. Justamente los frentes y organizaciones cafeticultoras fueron las aglomeraciones campesinas más aguerridas y representativas de la organización campesina mexicana del siglo XX.

Las organizaciones cafetaleras y las estrategias para enfrentar las transformaciones del mercado global

Una premisa clave para entender la matriz social y política de las organizaciones cafeticultoras que incursionaron en canales alternativos de comercialización consiste en reconocer el complejo entramado social e histórico en el cual se desarrollaron. Tras un sistemático control de las organizaciones campesinas, futuras organizaciones forjarían su identidad en contraposición al corporativismo; y a partir de esos movimientos se sentarían las bases organizativas que posteriormente, en parte, nutrirían al CJ.

Así pues, en México, los campesinos se han manifestado de forma sistemática y de formas heterogéneas. Flores Lúa, Paré y Sarmiento (1988) examinaron a una parte del movimiento campesino que presentó cierto nivel de organicidad y, que desarrolló formas de coordinación nacional independientes del Estado. Producto de ese análisis se identificaron dos bloques: i) movimiento organizado oficial conformado por un vasto sector del campesinado corporativizado; adherido a la Confederación Nacional Campesina (CNC) y subordinado al proyecto político del partido en el poder, en este caso al Partido Revolucionario Institucional (PRI). Y, ii) movimiento campesino independiente, el cual se define en oposición al oficial. Existen varios criterios que permiten establecer esa diferenciación, en este caso se recupera la exploración de nuevas vías organizativas; de participación autogestiva y democrática de las bases.

Durante la década de los 70 y 80, la lucha por la tierra y el respaldo a las organizaciones de productores estimularon procesos organizativos independiente del sistema corporativo. Un conjunto de organizaciones agraristas regionales, que compartían un tajante rechazo al PRI, se dieron a la tarea de conformar organizaciones que reivindicaron la autonomía frente al gobierno, y de manera paralela, se articularon mediante redes de apoyo y coordinación entre sí (de Grammont y Mackinlay, 2006).

Para realizar una breve revisión sobre la organziación campesina en México, y con el objetivo de establecer los antecedentes históricos de las organizaciones cafeticultoras, que posteriormente se insertaron en CJ, se sugieren dos periodos de análisis, señalando un conjunto de hechos representativos en términos económicos y sociales. Es importante señalar que dicha delimitación es recurso analítico para ubicar en el tiempo el cambio de estrategias emprendidas por las organizaciones campesinas y por lo mismo representa un sesgo.

El primer periodo es la Etapa de transición (1979-1988). Este periodo inicia con el fin de la edad dorada de la industrialización en México (Moreno-Brid y Ros, 2011). A fines de de los setenta, la expansión económica de México perdió impulso cuando la estrategia del modelo de Industrialización por Sustitución por Importaciones (ISI) intentó avanzar en la produción de bienes de capital. A nivel interno, en agosto de 1982, se declaró un aplazamiento en los pagos del servicio de la deuda externa; esta acción puso fin a casi cuarenta años de la expansión económica, así como la desaparición de ISI y el abandono de la industrialización dirigida por el Estado. (Moreno-Brid y Ros, 2004; Moreno-Brid, Pardinas y Ros, 2009).

El segundo periodo es la Etapa de afianzamiento del neoliberalismo (1989-2001). Este inicia en 1989 con dos hechos: i) la difusión del llamado Consenso de Whashington, programa centrado en la estabilidad macroeconómica y la liberalización de los mercados; y ii) la firma del Plan Brady, estrategia que reestructuró la deuda de países en desarrollo con bancos centrales. A partir de este año, las medidas de ajuste estructural de corte neoliberal se van a consolidar. El fin de la etapa de referencia se ubica en 2001, debido a que en ese año se realizó el Foro Social Mundial (FSM) en Porto Alegre, Brasil.

El FSM, sustentado en diversas organizaciones de la sociedad civil, se caracterizó por un pronunciamiento abierto contra el neoliberalismo. Los asistentes del foro subrayaron la incapacidad de las políticas neoliberales para solucionar los problemas de la sociedad, así como el papel que éstas tienen en la profundización de la miseria y la exclusión social (Harnecker, 2002). Existen dos reivindicaciones medulares sobre el campo y el comercio y que se plantearon durante el foro: por un lado, construir un sistema de CJ que tuviera la capacidad de generar soberanía alimentaria, mayores niveles de empleo, y términos de intercambio favorables; y por otro, el reconocimiento del derecho del campesinado a desarrollar una agricultura sustentable y libre de transgénicos.

El cambio en las reivinicaciones y estrategias que le dan cuerpo al movimiento de cafeticultores es un proceso complejo, la modificación no se da en un momento especifico del tiempo.Teniendo esta limitación en mete hay dos aspectos que resaltar: en primer lugar, a apartir del ocaso de la edad dorada de la industrialización en México, proliferó una primera generación de organizaciones cafeticultoras que formularon demandas especificas y se movilizaron contra el control político, económico y social del Estado. Por otro lado, a partir de la consolidación del neoliberalismo, las organizaciones— que lograron permancer—así como las nuevas organizaciones que se conformaron se constituyeron y formaron parte de proyectos alternativos a la dictuadura del mercado mundial en un escenario caracterizado por la liberalización de la actividad agrícola.

Organización cafetalera en México 1979-1988: entre la lucha y la cooptación

Los gobiernos federales de la década de los 70 e inicios de los 80 implementaron medidas económicas para incentivar la actividad agrícola contribuyendo a la configuración de nuevas figuras asociativas receptoras de los créditos, subsidios, obras de infraestructura y diversos programas gubernamentales. Una parte considerable de las unidades de producción campesinas que se crearon durante este periodo, formaron parte de la línea oficial; sin embargo, muchas de ellas demandaron, posteriormente, garantizar su autonomía de gestión frente al gobierno. De ahí surgió un conjunto de organizaciones regionales que lucharon por la autogestión de las unidades productivas y que, finalmente en 1985, se agruparían en forma de red en la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas (UNORCA) (Grammont y Mackinlay, 2006; Lomelí, 2016).

Una parte del movimiento campesino se comenzó a enfocar en mejorar las condiciones para la producción. Si bien, durante dicho periodo, la lucha por la tierra fue el eje articulador de los principales movimientos campesinos, las propias organizaciones reconocieron que la lucha no consistía sólo en poseer la tierra, era necesario hacerla producir. Apropiarse del proceso productivo se estableció, por tanto, como una de las reivindicaciones medulares de las organizaciones campesinas independientes, y posteriormente también la apropiación de la comercialización sería parte de los objetivos.

A su vez, las organizaciones campesinas se enfrentaron a instancias gubernamentales, prácticas cotidianas y leyes que obstaculizaban deliberadamente su desarrollo y organización como unidades productivas. Habitualmente, los insumos, el crédito, la asistencia técnica, precios favorables, el seguro agrícola y ganadero eran acaparados por productores más grandes. Este complicado proceso se resolvería de dos formas: i) conformación de frentes de lucha para demandar a los organismos gubernamentales los apoyos destinados al sector agrícola. Y ii) la creación de aparatos económicos propios para construir su autonomía técnica, financiera y comercial (Gordillo y Rello, 1980).

Como se puede observar, el Estado privó de forma sistemática a los pequeños productores de los recursos destinados al campo, y éste no fue un hecho accidental, respondió a las prioridades del proyecto económico nacional. Durante el primer periodo de referencia, la producción de café (y de la agricultura en general) estaba pensada como un medio para generar divisas suficientes para financiar la industrialización en México. Esta lógica correspondía, en buena medida, a la transición económica que se vivió en América Latina, en la cual, el lugar central ocupado por el “complejo exportador” fue tomado, con mayor o menor fuerza, por la actividad industrial, constituyéndose ésta como el centro más dinámico de la economía [ CITATION Pin71 \l 2058 ].

Durante el primer periodo de referencia, a nivel institucional, se apuntaló la formación o reestructuración de diversos fideicomisos, instituciones de financiamiento, empresas estatales y paraestatales con el propósito de controlar el proceso productivo y de comercialización. Para regular el mercado de básicos e influir en la producción se crearon complejos institucionales compuestos, entre otros, por la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (CONASUPO) y por Productora Nacional de Semillas (PRONASE), así como por otras instancias relacionadas con productos primarios agroindustriales como Tabacos Mexicanos (TABAMEX) y el Instituto Mexicano del Café (INMECAFÉ), entre otras entidades (Mackinlay, 1996). A éste complejo institucional, también hay que agregar a las instancias relacionadas con la asignación de créditos como el Banco Nacional de Crédito Rural (BANRURAL), así como la principal instancia responsable del sector agropecuario, la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos (SARH).

En el caso de la producción de café, el INMECAFÉ jugó un papel clave al impulsar el cultivo del café entre el campesinado, por medio de la asistencia técnica, asignación de crédito; así como el acopio y la comercialización del producto. A la par, dicha instancia se encargó de organizar a los productores mediante “Unidades Económicas de Producción y Comercialización (UEPC)”; así como de diseñar e implementar un mecanismo que permitiera costear a la producción cafetalera mediante el impulso de campañas con miras a agrupar a los productores (Secretaría de Economía, sin fecha). En síntesis, en buena medida, la actividad cafetalera se constituyó en torno a un Estado protector, interventor y regulador, un Estado que incitó la formación de miles de cafeticultores (Sánchez, 2015).

Por otra parte, tanto en Chiapas como a nivel nacional, el intermediarismo ha sido (y es) uno de los principales problemas que han tenido que enfrentar los cafeticultores. En particular, la comercialización y créditos para la producción y el consumo son rubros donde frecuentemente han enfrentado serios obstáculos para garantizar su acceso en condiciones favorables. Aunado a esta situación, la entidad, geográfica e históricamente, se ha desarrollado como un cúmulo de áreas aisladas, lugares que se han configurado como una “constelación de conflictos diferenciados temporal y espacialmente” (Bobrow-Strain, 2015, p. 20).

En este contexto surge, en 1980, la Unión de Uniones Ejidales y Grupos Campesinos Solidarios de Chiapas, en respuesta a un desfavorable escenario productivo y de abuso contra los campesinos. Y que por supuesto, este escenario no era privativo de Chiapas, fue una realidad a nivel nacional, y debido a esto, la formación de una organización de esta naturaleza alentó de forma simultánea la conformación de más organizaciones que presionaron al INMECAFÉ para recibir realmente los recursos públicos destinados a la actividad cafetalera. Es decir, se observa, aún con la diferenciación de contextos socioeconómicos, una serie de problemáticas comunes que hace que los campesinos que organicen a partir de principios comunes, en este caso contra abusos perpetrados por organismos gubernamentales.

Posteriormente, en Veracruz los cafeticultores se organizaron de forma independiente para demandar mejores precios del café al INMECAFÉ. Casi de forma paralela, las organizaciones cuestionaron los mecanismos antidemocráticos de la Confederación Nacional Campesina (CNC), lo que desencadenó el deslinde y conformación de agrupaciones independientes. Precisamente, en junio de 1982, se constituye la Unión de Productores de Café de Veracruz con dos claras demandas: incremento del precio; y la apropiación del proceso productivo y comercialización del café. Para, 1983, la Unión de Productores de Café de Veracruz, junto con la Unión de Productores de Café de Puebla, la Unión de Pequeños Productores de Café de la Cuenca de Zacapoaxtla (Puebla), las Uniones Regionales de Productores de Café de Comitán y Simojovel (UNCAFAECSA-CIOAC) iniciaron una importante batalla contra el INMECAFE con claras demandas: aumentar el precio de café; erradicar prácticas discrecionales como el descuento arbitrario; eximir del pago de impuestos a las comunidades; entre otras (Flores Lúa, Paré, y Sarmiento, 1988; López, 1994).

Sintetizando: en primer lugar, existe una tradición de lucha presente en las organizaciones cafetaleras a partir de la cual construyen su identidad los cafeticultores; si bien, éstos se organizaron para mejorar sus ingresos, también reivindicaron su carácter de campesinos y su derecho a la vida frente a un contexto político y social desfavorable. En segundo lugar, se construyen redes entre las organizaciones, si bien, estas tuvieron un referente territorial específico, avanzaron a formas de organización más amplias, con altos niveles de coordinación, confluyendo en frentes campesinos. En tercer lugar, en el andar de las organizaciones cafetaleras germinó, ya desde esos años, la idea de generar mecanismos independientes a los que ofrecía (o no) el Estado.

El desarrollo la agricultura en este periodo corresponde a la lógica de desarrollo del capitalismo de ese momento, como se planteaba previamente, la producción de alimentos en esta época, particularmente del café, fue incentivada y usada para fortalecer el desarrollo industrial y bajo la tutela del Estado. Dadas estas condiciones, las organizaciones campesinas empiezan a buscar otro proyecto productivo diferente, empiezan a rebelarse en contra de ese Estado corporativista y que, tras la implementación de las medidas neoliberales que estaban a punto de entrar en acción, empieza también a gestar formas de organización para afrontar al mercado global.

Organización cafetalera en México 1989-2001: entre el libre mercado y la lucha por espacios

A inicios de los noventa, el escenario mundial, nacional y regional de la cafeticultura cambió drásticamente, y los campesinos confrontaron a la globalización mediante la formación y consolidación de organizaciones y frentes que, en términos prácticos, contribuyeron a su inserción en el mercado global; pero, que, a su vez, corresponden precisamente a esa tradición de lucha que históricamente se ha gestado en México. Es decir, esas organizaciones que tomarían la vía del CJ no surgieron de manera espontánea, más bien una necesidad y frente de lucha, que era la apropiación del proceso de producción y de comercialización, encontró una coincidencia, en términos de un proyecto alternativo de comercialización, con diversos sujetos y organizaciones a nivel global.

Así pues, una de las consecuencias derivadas de la liberalización del mercado cafetalero mundial fue la desregulación de los mercados internos en los países productores. Este proceso significó el cierre de las instancias oficiales que se encargaban del control de las exportaciones, y que también fungían como responsables de la política económica del sector. A su vez, las trasformaciones locales asociadas a la liberalización del mercado global del café influyeron para que las organizaciones campesinas buscaran alternativas para garantizar su subsistencia; situación que a su vez se articuló con la participación de organizaciones de la sociedad civil y con un cambio de paradigma en el consumo, siendo este último una de las pilastras del CJ.

Al desaparecer el INMECAFE, se contribuyó aún más a polarizar un contexto de profunda desigualdad en el que se concentró la riqueza y los recursos para el campo en manos de los grandes agricultores. La desaparición de dicha instancia generó “espacios vacíos” de mediación y control, los cuales fueron apropiados por la iniciativa privada. Este proceso no fortaleció al campesinado, más bien, privilegió a los grandes actores en el medio rural. También, profundizó su pauperización y las organizaciones campesinas tuvieron que enfrentar en condiciones de amplia desventaja—a nivel comercial y financiero—a los grandes agricultores comerciales y a las agroindustrias trasnacionales (Hernández, 1990).

La narrativa del libre mercado, en los hechos, se tradujo en el fortalecimiento y dominio de grandes consorcios, así como el predominio de los actores con mayor capacidad de incidencia en el mercado, particularmente en la determinación de precios. Estos actores se apoderaron del vacío dejado por las regulaciones y los organismos públicos, y con ello, reconfiguraron la posición de los actores y los territorios. Ya no se trata de las añejas comercializadoras, arrinconadas desde los tiempos de la Organización Internacional del Café (OIC), sino de una unidad de poderosos torrefactores y solubilizadores como Philip Morris, Nestlé, Procter & Gamble y Sara Lee [CITATION Bar11 \t \l 2058 ].

Durante el segundo periodo de referencia (esto es, 1989), surgen nuevas reivindicaciones y estrategias de las organizaciones campesinas asociadas al proceso de privatización y de la crisis motivada por el modelo neoliberal. Las primeras medidas de “modernización”, en la práctica, significaron dejar en manos de los coyotes a los pequeños productores de las zonas más marginadas. Inclusive, en las regiones mejor comunicadas, hasta los pequeños intermediarios se vieron afectados y obligados a vender la infraestructura de beneficios de café que poseían. Los grandes exportadores resultaron ser los ganadores en la “modernización” del sector cafetalero [ CITATION Par90 \l 2058 ].

En dicho periodo, también se formó la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras (CNOC)1 y la Coordinadora Estatal de Productores de Café de Oaxaca (CEPCO), precursoras en la promoción y comercialización de café orgánico producido por campesinos indígenas. Esto representó un punto clave en la tradición de los movimientos campesinos porque la CNOC logró aglutinar a diversas organizaciones, como la Cooperativa Tosepan Titaniske (Puebla), Unión de Ejidos Majomut (Chiapas) y la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI) (Oaxaca), a una estructura con sólida autonomía frente a las organizaciones regionales oficiales, así como del gobierno y de partidos. En el contexto de la liberalización de la actividad agropecuaria, la CNOC se enfocó en comercializar el café de sus agremiados y se conformó una promotora comercial. Posteriormente, promovió la producción de café orgánico y el llamado CJ[ CITATION Cel15 \l 2058 ].

Durante el afianzamiento del neoliberalismo, la CNOC, la Unión Nacional de Productores de Café de la CNC (UNPC-CNC) y la Confederación Mexicana de Productores de Café (CMPC) trabajaron de manera conjunta. Dichas organizaciones se afrontaron (y enfrentan) a las grandes empresas agroindustriales encabezadas por Nestlé, quienes influyen e incluso determinan las políticas cafetaleras. A nivel nacional, empresas como Nestlé, Agroindustrias Unidas de México (AMSA), Exportadora de Café California, Louis Dreyfus Company, Olam International, entre otras, controlan la comercialización y el consumo de café (Celis Callejas, 2015), generando barreras a la entrada a organizaciones cafetaleras, o bien, cualquier tipo de organización que no forme parte de este conglomerado.

Una de las alternativas disponibles para los pequeños productores de café ha sido los nichos de café gourmet, orgánico y de CJ, lo que ha permitido a los campesinos organizarse por medio de cooperativas para ingresar al mercado en condiciones menos desfavorables. Paradójicamente, estos nichos despertaron el interés de los principales actores del mercado de café, preparando el escenario para otra batalla sobre la definición de regulaciones e instituciones de certificación (González, Linck, y Moguel, 2003; Renard, 2005; González y Nigh, 2005). El resultado de la liberalización del mercado del café fue la conformación de una estructura de oligopolio, en la cual un puñado de grandes empresas establecen las condiciones en el mercado y las reglas del juego a nivel local.

Las transformaciones globales en el mercado del café fueron recibidas por organizaciones campesinas caracterizadas por vínculos de respaldo entre ellas y estructuradas en bloques regionales. De tal suerte que esos vínculos interorganizacionales, más adelante contribuyeron a facilitar el acceso de otras organizaciones a los nichos de mercado como el CJ y el orgánico. Estas organizaciones fueron madurando y se posicionaron como un actor capaz de impulsar un proyecto organizativo viable y con un programa político de reivindicaciones propio, sin subordinarse al Estado o las trasnacionales.

Paisaje regional en los Altos: diversidad de cultivos, cafetales, intermediarismo, marginación y resistencia

En términos territoriales, la región político-administrativa V Altos Tzotzil Tzeltal se conforma por 17 municipios localizados en la parte central del estado: Aldama, Amatenango del Valle, Chalchihuitán, Chamula, Chanal, Chenalhó, Huixtán, San Andrés Larráinzar, Mitontic, Oxchuc, Pantelhó, San Cristóbal de las Casas, y San Juan. La región cafetalera alteña recibe, al ubicarse entre los 900 y los 1 800 msnm y presentar un relieve descendente hacia la planicie costera oriental, vientos húmedos provenientes del Golfo de México; y con ello, se presentan, de manera habitual, temporadas de nubosidad en el año y una elevada humedad relativa (Bartra, Cobo, y Paz, 2011).

El café arribó a la región hace más de 100 años y a fines del siglo XIX, la región Altos y el Soconusco se encontraban profundamente vinculadas: la primera proveía mano de obra barata, al expulsar a su población en las temporadas de corte de café; y la segunda como empleadora de fuerza de trabajo indígena estacional. Chiapas se caracterizó por presentar un auge espectacular en la producción del aromático, en tanto que, a principios del siglo XX, la entidad cosechaba ya un tercio de la producción nacional. El milagro cafetalero chiapaneco fue dirigido por los empresarios alemanes, asentados en el Soconusco, seguido por los norteamericanos, ingleses y españoles [CITATION Bar96 \t \l 2058 ] y sostenido por el trabajo de miles de indígenas de los Altos.

En la década de 1990 del siglo XX, por ejemplo, este proceso adquiere particularidades en el caso del Soconusco. Con el respaldo del Estado, los empresarios cafetaleros conformaron vínculos de producción, transformación y distribución del producto con importadores y torrefactores estadounidenses y europeos. Mediante el despliegue de estrategias como la diversificación de las actividades empresariales, la especialización en el negocio del café y la revalorización del territorio y el agroecosistema, estos actores enfrentaron la reestructuración de la industria cafetalera y el ascenso de las empresas transnacionales en el contexto de la globalización (Espinosa, Fletes, y Bonanno, 2021).

En la región Altos, si bien el café fue fundamental para la economía desde fines del siglo XIX, no se generaliza su cultivo en el campesinado, sino hasta la década de los setenta del siglo XX, con la incursión del INMECAFE, el cual promovió el cultivo, acopio, transformación, comercialización del grano y proporcionó el apoyo financiero a los campesinos de las zonas agrícolas montañosas. Actualmente, las comunidades indígenas de los Altos han diversificado sus actividades económicas, pero la producción de café sigue siendo clave para garantizar la subsistencia de la familia.

Las parcelas que componen el paisaje de la región albergan la producción de: maíz, frijol, calabaza, chile, chayote y papa; algunos árboles frutales como el plátano, y de manera, casi marginal, se producen flores y hortalizas para el mercado local; sin embargo, ese terreno ha sido conquistado paulatinamente por los consorcios agroalimentarios que irrumpen con sus productos enlatados en las dietas de las familias campesinas. También, se desarrollan diversas actividades artesanales, pero el café es el principal cultivo comercial.

A finales del siglo XIX, la producción de café en México era controlada por los grandes compradores alemanes, norteamericanos e ingleses, propietarios directos de la mayoría de las plantaciones. Estas fincas, cohabitaban a la par con un importante número de cafeticultores mexicanos grandes, medianos y pequeños que participaban de manera secundaria pero considerable en la producción. A partir de la subordinación financiera y comercial, los grandes consorcios establecían una estructura vertical que les permitía dominar a los diversos tipos de cafeticultores (Bartra, 1996).

Los pequeños y medianos productores de café eran controlados por los compradores locales, quienes a su vez operaban como intermediarios con los grandes consorcios. Por otro lado, en el caso de los grandes productores nacionales, si bien lograban eludir los intermediarios locales, no tenían capacidad de negociación frente al capital extranjero (Bartra, 1996). Esa lógica sigue vigente ahora, con niveles de concentración económica mucho mayores: existen pocas y, a la vez, grandes empresas trasnacionales controlando la producción y comercialización del café en México.

En cuanto a las agrupaciones cafetaleras en la región los Altos, estas se caracterizan por ser heterogéneas. Hay organizaciones relativamente pequeñas, considerando el número de socios, como la Unión de Productores de Kulaltik Sociedad de Solidaridad Social; otras de mediana membresía como la Organización Tzeltal de Productores de Café (OTPC); y las más grandes como Unión Majomut y la Cooperativa Tzeltal-Tzotzil (Bartra, Cobo, y Paz, 2011).Específicamente, en esta región se ubican cuatro organizaciones cafetaleras que cuentan con registro y certificación de CJ: Cooperativa Tzeltal Tzotzil, Maya Vinic, Kulaltik y Unión Majomut (FLO-CERT, 2016). Este conjunto de organizaciones se asienta, principalmente, en los municipios de Chenalhó, San Juan Cancuc, Tenejapa, Chalchihuitán, Oxchuc y Pantelhó.

Experiencias organizativas en los Altos: Maya Vinic, Majomut y Tzeltal-Toztzil

Como producto derivado del trabajo de campo efectuado en la región de los Altos, especialmente en Acteal, Chenalhó y Pantelhó, se presentan en este apartado los resultados, de una serie de entrevista realizadas a socios de las tres organizaciones, sobre la naturaleza del proceso de inserción de las tres cooperativas—Maya Vinic, Cooperativa Tzeltal Tzotzil y Unión Majomut— en el Comercio Justo.

Previamente se señalaba que la articulación de las organizaciones que participan en el CJ tiene diversas motivaciones y también presentan procesos heterogéneos de maduración organizativa. Muchas organizaciones han encontrado en el CJ una vía para consolidarse e incluso ampliar sus niveles de producción; a la par, se pueden observar organizaciones campesinas que tienen un origen en el cual no solo comparten la necesidad material de cultivar y vender café, sino que su génesis se remonta a conflictos sociales que los aglutina en torno a principios y motivaciones políticas que van más allá de hecho de vender una mercancía.

En esta sección, por tanto, se presentan tres casos específicos que dan cuenta de los procesos diferenciados que vivieron las organizaciones, que comparten el territorio, pero que se tuvieron un proceso de integración diferente; en algunos caso, la identidad religiosa juega un papel clave en la cohesión de la organización, en otras se observan reivindicaciones, como la soberanía alimentaria, que en su momento no eran refrendadas por el CJ a nivel global, pero que sí formaban parte de la agenda política de estas organizaciones. En otros casos, se observará la importancia de los vínculos entre organizaciones campesinas, que, mediante su experiencia, contribuyen a que otras organizaciones se incorporen al CJ.

Maya Vinic

La Unión de Productores Maya Vinic nace en el seno de la organización “Las Abejas”, el cual es un grupo autónomo que se plantea luchar pacíficamente para salvaguardar sus derechos, construir su autonomía y defender su territorio. Esta organización tiene sede en la comunidad de Acteal—Chenalhó. La mayoría son hablantes de la lengua tzotzil y tzeltal. “Las Abejas” surge a raíz de un contexto político caracterizado por un sistemático hostigamiento hacia los habitantes de las comunidades por parte de grupos paramilitares. (Las Abejas, 2018). Maya Vinic significa en tzotzil hombre maya y se conforma, en su mayoría, por integrantes que profesan la religión católica. Desde su fundación, Maya Vinic se define como una organización autónoma al Estado mexicano (Maya Vinic, 2017).

La reivindicación sobre la autonomía de su organización se desenvuelve en el complejo entramado social y político de la región de los Altos. Durante los últimos 35 años, la población indígena que habita en la región ha sido obligada a salir de sus comunidades. Las comunidades se ven atrapadas en cruentas luchas por la tierra, por el espacio social y cultural, así como por el poder político. Los cimientos económicos de las comunidades tradicionales comenzaron a ser golpeados en los años 60 y el Estado ofreció represión para controlar el descontento social. Ante la respuesta del Estado, los indígenas han trazado sus propios caminos definidos por ellos mismos, así como el establecimiento de sus relaciones con los demás actores en la región (Rus, 2012).

Buena parte de los integrantes de la organización “Las Abejas” tenían como actividad económica común el cultivo de café y también eran objeto de los abusos de los intermediarios. En 1999, “Las Abejas” acordaron formar una sociedad cooperativa de producción de café y decidió participar en la comercialización de aromático. Actualmente, la organización cuenta con 729 socios asentados en su mayoría en los municipios de Chenalhó, Chalchihuitán y Pantelhó. En promedio, los productores tienen una hectárea cultivada con el aromático (Entrevista a socios de Maya Vinic, 2018).

Los principios que gobiernan a la organización “Las Abejas” se centran en trabajar honestamente y en gestionar, de forma trasparente e informada, las ganancias de todos los agremiados. El cultivo es orgánico porque los campesinos refrendan, en primer lugar, el trabajo colectivo, a partir de prácticas agroecológicas; y, en segundo lugar, para cumplir con el requerimiento de calidad. La estructura organizativa tiene como autoridad máxima a la asamblea general de socios; y se conforma también por una asamblea de delegados de las comunidades y un Consejo Administrativo (Entrevista a socios de Maya Vinic, 2018).

En 2002, Maya Vinic comenzó a participar en CJ y obtuvo el permiso de exportación, así como el registro de FLO, con la asesoría de la agrupación de pequeñas torrefactoras Cooperative Coffees. Actualmente, los compradores más importantes de Maya Vinic son: Cooperative Coffees ubicadas en EE. UU. y Canadá; Bertschi-Kaffe en la Unión Europea y Suiza; y Japón, país que adquiere café mediante la empresa Saitou Coffee; todas estas empresas son torrefactoras privadas de tamaño medio, solo Cooperative Coffees aglutina, a su vez a torrefactoras pequeñas (Entrevista a socios de Maya Vinic, 2018).

La conformación de la organización, si bien es un logro de los indígenas de la región Altos, su incursión en el CJ estuvo acompañada por el apoyo brindado por activistas internacionales, quienes buscaron en sus países de origen espacios de comercialización. La relación con los compradores suizos— Bertschi-Kaffee y Blaser Trading— se logró mediante la participación de los observadores internacionales de la Coordinación Suiza de Acompañamiento en México, quienes acudieron a la región, tras la matanza en Acteal. La Coordinación constituyó en Suiza el proyecto llamado Café Arabejas, el cual contribuyó a que Maya Vinic adquiriera experiencia en la exportación y el transporte del producto; así como la conformación de relaciones con clientes internacionales, identificación de sus requerimientos e incursión en condiciones de CJ en el mercado europeo [ CITATION Isl07 \l 2058 ].

Por otro lado, Saitou Coffee es uno de los escasos compradores de café ubicados en Japón que participan en CJ. Si bien, la relación comercial actualmente se mantiene con dicha empresa, los compradores japoneses han contribuido a la consolidación de Maya Vinic y refrendan el principio de solidaridad y confianza con el que surgió el CJ. La relación de colaboración inicialmente se estableció con la Universidad de Keiō durante el 2001. Posteriormente, en el 2003, se conformó el Fair Trade Project (Keio FTP), proyecto que involucró a diversos actores como: la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA, por sus siglas en inglés), diversas ONG de Japón, universidades, gobiernos locales, corporaciones públicas, entre otros, para hacer uso de sus experiencias y habilidades, con el objetivo de apuntalar a Maya Vinic [ CITATION Min13 \l 2058 ].

Los socios de Maya Vinic han participado en el programa de asistencia técnica para mejorar el proceso de tostado de café, y también, en la formación de cuadros profesionales para el manejo de cafeterías. La instrucción técnica fue proporcionada por Saitou Coffee, la Universidad de Keiō, la embajada de Japón en México y la JICA. En 2011, con apoyo de una organización solidaria de Japón y sus propios recursos, Maya Vinic inauguró una cafetería en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, con la intención de apropiarse de la totalidad de la cadena (JICA, 2010).

Majomut

La Unión Majomut, comenzó a formarse a partir de 1982; se constituyó legalmente el 9 de marzo de 1983. Actualmente se compone de 965 socios que tienen en promedio de 0.5 a 1 hectáreas destinadas al cultivo de café. El área de influencia de la organización se extiende sobre 35 comunidades en los municipios de: Chenalhó, Cancuc, Tenejapa, Pantelhó y Oxchuc. La estructura de la organización tiene como máxima autoridad a la Asamblea General de Socios; las Asambleas Comunitarias están conformadas por treinta y cinco comunidades; también, la estructura se conforma por el Consejo de Administración y el Consejo de Vigilancia. Majomut significa lugar de pájaros en lengua tzotzil [ CITATION Uni13 \l 2058 ].

En el año de 1993, Majomut incursionó en la comercialización en CJ mediante la venta del primer lote de café, bajo el sello Max Havelaar a Países Bajos. También, en ese año se efectúa la primera inspección externa para la obtención de la certificación orgánica mediante IMO Control Natural y se comercializó el primer lote de café orgánico a Alemania [ CITATION Uni13 \l 2058 ].

Unión Majomut se caracteriza por su activismo y compromiso en la generación de redes con otras organizaciones productoras a nivel regional, estatal, nacional e internacional. En 1994 participó en la conformación, a nivel estatal, de la Coordinadora de Pequeños Productores de Café de Chiapas (COOPCAFÉ) junto con las organizaciones Unión de Ejidos San Fernando, Cholom Bolá Sociedad Cooperativa, Unión La Selva y Tzotzilotic Tzobolotic Sociedad Cooperativa. Estas organizaciones coincidieron en la necesidad de conformar una fuerza social que representara a los pequeños productores de café en el estado de Chiapas (Sánchez, 2015, p. 54).

La organización Majomut ha sido parte activa en la conformación de espacios de participación que garanticen una mayor incidencia de los pequeños productores en la toma de decisiones dentro del CJ. A partir de la década del 2000, la organización participó en la conformación de la Coordinadora Mexicana de Pequeños Productores de Comercio Justo (Coordinadora Mexicana), la cual es una plataforma organizativa que agrupa a organizaciones democráticas de pequeños productores tzotzil [ CITATION Uni13 \l 2058 ].

Majomut es una de las organizaciones que ha participado de manera activa en la conformación de espacios democráticos que garanticen una mayor incidencia de los pequeños productores en la toma de decisiones dentro del CJ. Fue una de las organizaciones que participó en la constitución de la CLAC, la cual es la red latinoamericana de que representa a todas las organizaciones certificadas “Fairtrade” de América Latina y el Caribea. También, a partir de la década del 2000, la organización participó en la conformación de la Coordinadora Mexicana de Pequeños Productores de Comercio Justo (Coordinadora mexicana), la cual es una plataforma organizativa que agrupa a organizaciones democráticas de pequeños productores (Entrevista a socios de Unión Majomut, 2018).

A la par, Unión Majomut constituye un estudio de caso relevante, por su activa participación en el Símbolo de Pequeños Productores (SPP). A partir de la incursión de empresas trasnacionales en el CJ, Unión Majomut (2013, p. 50) reivindica la construcción de alternativas propias que permitan diferenciar a los pequeños productores de café de las grandes fincas y plantaciones. Para Majomut, el SPP representa también la generación y consolidación de relaciones comerciales trasparentes, democráticas, solidarias y equitativas, es decir, que se establezcan relaciones más justas (Tepox-Vivar y González, 2021). De las tres organizaciones analizadas en este apartado, esta es la única organización que ostenta el SPP (Entrevista a socios de Unión Majomut, 2018).

A raíz de la pérdida de la biodiversidad de la región Altos, derivada de la centralidad que adquirió la producción de café, justamente en 1995, un grupo de mujeres, conformado por productoras, esposas e hijas de socios de la organización, con asesoría de los técnicos, comenzaron a producir sus propios alimentos, con miras a satisfacer sus necesidades, pero, a la vez, con el objetivo de conservar la diversidad de cultivos. Actualmente, el proyecto es impulsado por 120 mujeres, las cuales producen de manera orgánica hortalizas, así como el cuidado de aves de corral (Hernández, 2018).

Majomut es una organización pionera en la instrumentalización de proyectos sobre soberanía alimentaria; es decir, las organizaciones campesinas han tenido una visión mucho más amplia y han previsto la necesidad de incorporar más temas, más allá del precio justo en el CJ. Majomut planteó la necesidad de reconocer el derecho que tienen los campesinos de definir de manera propia la lógica de la producción y consumo de alimentos en sus territorios, como respuesta a la introducción de alimentos baratos y con bajos niveles nutricionales (Unión Majomut, 2021; Entrevista a socios de Unión Majomut, 2018).

Cooperativa de Producción Tzeltal-Tzotzil

La organización se fundó el 19 de agosto de 1986 en Pantelhó. Se presenta en el mercado con la marca registrada Junax Kotantik, que significa “un solo corazón” en tzeltal. Actualmente aglutina a 226 pequeños productores de café y 86 apicultores. En promedio, los socios cuentan con dos hectáreas destinadas al cultivo del grano; no obstante, mientras que a nivel general existe la tendencia a disminuir la superficie destinada al cultivo de café, en el caso de esta organización sucede lo contrario, ya que los socios han incrementado ésta mediante compra de terrenos (Entrevista a socios de Tzeltal-Tzotzil, 2018).

Aproximadamente, el 85% de la producción total de esta organización está destinada a la exportación, mediante el sistema de CJ; el 15% restante se vende a compradores como Agroindustrias Unidas de México (AMSA), o bien, a nivel local en el Café Museo Café y otras pequeñas tiendas (Entrevista a socios de Tzeltal-Tzotzil, 2018). La forma en que se toman decisiones al interior de la organización es mediante Asamblea. En el caso de esta organización, las decisiones más importantes se toman mediante discusión y consenso de delegados, directivos anteriores y actuales, así como por su equipo técnico.

Una particularidad relevante de la cooperativa Tzeltal Tzotzil es que inicialmente en 1996 incursionó en el CJ, en la producción y comercialización de miel, posteriormente se incorporó en la venta de café. La participación de la organización en el CJ se dio en dos fases: previo al 2008, la comercialización del aromático era realizada a través de Majomut; y a inicios del 2008 se llevaron a cabo los primeros contactos comerciales y tras una visita de representantes de GEPA, Sociedad para la Promoción de Acuerdos con el Tercer Mundo; en el 2009, se realizó el primer embarque directo de café, teniendo como destino Alemania (Entrevista a socios de Tzeltal-Tzotzil, 2018).

La conformación de redes entre las diferentes organizaciones cafetaleras de la región Altos es una característica importante por destacar. La incorporación exitosa de las cooperativas en el CJ no se sostiene exclusivamente por su organización, sino también en los lazos que se tejen con otros actores a diferentes escalas. La cooperativa Tzeltal-Tzotzil logró adquirir experiencia para la comercialización del café gracias a capacitaciones y talleres impartidos por UCIRI, los cuales fueron promovidos, a su vez, por la Arquidiócesis de la San Cristóbal de las Casas (Entrevista a socios de Tzeltal-Tzotzil, 2018).

Conclusiones

Como se puede observar, no existe una única vía de integración al CJ, cada organización tiene una problemática propia y confluyen, según sus capacidades y posibilidades, a canales alternativos de comercialización. En los tres casos revisados, las organizaciones existían de manera previa a CJ, es decir, no se formaron para insertarse en este dispositivo, ya se encontraban organizados los campesinos previamente entorno a diversas demandas.

Las organizaciones, si bien están constituidas para comercializar café, sus actividades y vínculos se sustentan sobre otros ejes como: la identidad cultural, la religión, la lengua, un contexto económico y político que afecta particularmente a los campesinos indígenas. En estas organizaciones se observa la reivindicación de su identidad indígena al utilizar nombres, para las marcas comerciales de su café, o bien, el nombre de las organizaciones, en sus lenguas maternas, es decir en tzotzil y tzeltal.

|Se puede observar que la composición de reivindicaciones de las organizaciones es diferenciada; si bien, las tres organizaciones confluyen en el CJ, tienen planteamientos políticos diferentes. Mientras que Maya Vinic apuesta por la creación de vínculos entre organizaciones internacionales, Majomut despliega estrategias locales, dentro de sus territorios, para abordar la soberanía alimentaria, temática que no comparten necesariamente todas las organizaciones que participan en CJ a nivel mundial. Por otro lado, Tzeltal-Tzotzil, una cooperativa relativamente joven, incursionó en CJ por medio de la miel y después, mediante el respaldo formativo y experiencia colaborativa de UCIRI, en la comercialización del café.

Sin lugar a duda el apoyo de las redes internacionales ha sido clave en la consolidación de múltiples organizaciones de cafeticultores, pero también, es fruto del trabajo organizativo presente en las organizaciones campesinas. Las organizaciones campesinas mexicanas se constituyeron primero contra el Estado y después contra el Neoliberalismo; esa tradición organizativa les dotó de experiencia y contribuyó a la consolidación del canal alternativo del CJ; es decir, la complejidad del procesos de integración de las redes sobre las que se asienta el CJ no se gestaron de manera espontánea, la experiencia de las organizaciones campesinas permitió que se desenvolviera sobre una base firme, sobre organizaciones comprometidas con la búsqueda de alternativas frente a un mercado global voraz.



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Investigadora independiente sin adscripción actual, correo electrónico: tepox.angeles.17@gmail.com, https://orcid.org/0000-0002-3213-0569.

1 Organización que congrega grupos regionales y otros vinculados a organizaciones nacionales como la CIOAC; la Unión General Obrero, Campesina y Popular (UGOCP), la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas (UNORCA) y la Sociedad Campesino y Magisterial (SOCAMA).


HorizonTes Territoriales, Vol. 2, Núm. 3, enero-junio 2022. Páginas: 1-24. ISSN: 2683-2895.

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